Hago permanentemente un ejercicio de revisión de mis ideas cuando algún artículo, situación que vivo o imagen que me llega me recuerda que estamos viviendo un cambio de época y no una época de cambios.
De a momentos me siento privilegiado de pertenecer a una generación que nació en un mundo sin computadoras y dejará de existir en un mundo con más computadoras que humanos.
Este contexto tan cambiante y desafiante no se está dando de manera parsimoniosa, fluida o coordinada. Todo cambio social de esta magnitud es un cambio brutal. Lo darwiniano se muestra en su máxima expresión: sobrevive quien se adapta mejor y más rápido. Impera, las más de las veces, un sálvese quien pueda. La sociedad nos retroalimenta con una imagen de éxito fijada en el culto al ego: el ser se define por el tener y tener es pertenecer. Si pertenezco, existo. (Antes era pienso, luego existo). Entonces, centrados en un ego excesivo, nos olvidamos del
nosotros.
El nosotros como construcción no es un capricho de la época que estamos dejando atrás.
Somos seres interdependientes que para poder desarrollarnos necesitamos de alguien más.
Siempre. Lo malo no es que dependamos mutuamente de los demás, es cuando esa dependencia mutua no es sana. Pero volvamos a lo nuestro: nacemos y nuestro psiquismo se estructura como un grupo y construye un sistema de apoyaturas a través de los vínculos.
Todo vínculo representa un apoyo mutuo: los que construimos en la familia, en la escuela, en el trabajo, las amistades, las parejas. Los vínculos existen y los hay de las más variadas formas.
Cuando la sociedad me retroalimenta con una imagen de éxito centrada en el individualismo, todas mis maneras de vincularme comienzan a mutar. Se produce entonces un movimiento cotidiano, casi imperceptible, que bien podría considerarse como una consecuencia no deseada del cambio de época: si para ser tengo que tener (para poder pertenecer), mis vínculos dejarán de ser tales y se convertirán en relaciones de intercambio.
Las matrices vinculares tienen la función de construir y sostener dinámicamente una identidad (el aspecto social de nuestra personalidad) que nos genera pertenencia y estabilidad en el manejo compartido de las formas de relacionarnos (entre otras cosas). Estos sistemas de vínculos también generan seguridad, apoyo, asistencia, nos permiten obtener recursos. Las matrices vinculares reducen nuestra vulnerabilidad psicosocial y aumentan nuestras chances de desarrollarnos.
Pero este no es un artículo sobre vínculos, sino sobre alertar que debemos comenzar a cuestionar porqué nuestro trabajo en intervenciones sociales y psicosociales, no está siendo efectivo. Si trabajo, intervengo e invierto mucho y la única respuesta que recibo es más demanda, entonces debo comenzar a plantearme algunas cuestiones.
Una de ellas es: ¿estoy trabajando con matrices vinculares o sistemas de transacciones?
Y aquí es donde impacta esta sutil pero nodal mutación en los vínculos: muchos de ellos se han transformado en relaciones de intercambio. Perdieron su carácter de apoyo mutuo a cambio de otra lógica: te doy si me das. La ecuación es diferente. La relación de intercambio hace énfasis en el resultado de la transacción: cuánto gano si te doy. Deja a un lado al nosotros para comerciar lo que soy y lo que tengo en la búsqueda de un resultado ganador. Por ende, las matrices vinculares se debilitan. Los sujetos se tornan más vulnerables y más frágiles.
Esta mutación, presente en nuestra vida cotidiana, en las instituciones, las organizaciones y las comunidades es un dato no menor que debe ser incorporado a nuestras intervenciones sociales y psicosociales. Implica un cambio de reglas en los escenarios en los que desplegamos nuestras metodologías de abordaje y nuestros modelos de trabajo. La importancia del aspecto vincular de nuestro quehacer es innegable. Vamos por ahí trabajando sirviéndonos de los andamiajes vinculares que construimos para poder aplicar nuestros conocimientos y obtener resultados.
Este cambio de época debe ser asumido y sometido a más y mejores análisis. Impacta en nosotros. En los que nos rodean. Impacta en nuestras prácticas, en las matrices vinculares y en las comunidades. Sin embargo, existen herramientas y enfoques para potenciar sus beneficios y minimizar sus negatividades. Ahí está el desafío.